domingo, 22 de abril de 2018

"La ilusión de una vida sin internet"

Como nueva propuesta tarea para seguir trabajando el taller de ciudadanía digital, y en relación con el programa de Conectados de hace dos entradas, traigo un nuevo artículo sobre el derecho a desconectar. El artículo está publicado el 24 de febrero de 2017, en el periódico El País.


En él, el autor EVGENY MOROZOV, comienza hablando sobre el derecho a desconectar. Un nuevo concepto que está surgiendo en numerosos países a consecuencia, principalmente, de los abusos laborales fuera del horario de trabajo. Un derecho que se trata de poder no responder a las llamadas o los correos de tu jefe sin tener consecuencias negativas en el trabajo. 

El autor nombra varios países donde este derecho ya se a convertido en una ley, pero ¿Cómo es la realidad? ¿Se cumple la ley en el día a día de los trabajadores? En mi opinión no. Todos hemos tratado de dar una buena imagen de buenos trabajadores en nuestros puestos labores, para ello hemos estado dispuestos a dar todo lo que podíamos aportar, aun sabiendo que a menudo el trabajo que estábamos desempeñando no correspondía con el puesto descrito en contrato. Esto ha pasado al siguiente nivel, en el que el empleado se encuentra constantemente a disposición del jefe, aun cuando termina su jornada. Con tan solo 21 años, y no mucha experiencia laboral yo misma me e visto en esta situación. E, innegablemente, es muy frustante y agotador.

Por esta razón estoy a favor de este derecho. Estoy a favor de eliminar los miedos y las inseguridades con las que cargamos todos los trabajadores, para que nadie se aproveche de nadie y consigamos unas buenas condiciones de trabajo. Por un lado, las jefas y jefes deberían reflexionar acerca del trato que se les da a los y las trabajadores de su empresa, para que lo hicieran en las mejores condiciones. Por otro lado, los y las trabajadoras deberíamos dejar los miedos de ser sustituidos o despedidos por cualquier razón y luchar por encontrarnos bien trabajando.

En el artículo también se habla del derecho a desconectar en vez de como un derecho como un servicio. Es decir, nos encontramos en una situación de agobio y estrés constante por lo que la industria aprovecha estos sentimientos para vendernos la relajación. Algo tan básico como la desconexión se a convertido en un negocio.

 Hoy en día contamos con miles de aplicaciones de mindfulness, que prometen conseguirte una vida sin ansiedad, cursos para aprender a respirar pausadamente, actividades relajantes e incluso campamentos para desconectar. No es difícil llegar a pensar que existe una reinterpretación muy perversa del descanso y el tiempo libre del que antiguamente gozábamos. El capitalismo ofrece numerosas alternativas para que optes pagando a lo que antes tenias sin pagar. Y somos nosotros los que caemos en este negocio absurdo, como en muchos otros.

A modo de reflexión personal, considero que vivimos en un mundo absolutamente capitalista y materialista en el que los sentimientos de las personas pasan a un segundo, o incluso, a un tercer plano. Solo nos importa seguir en el rebaño, sin informarnos o recapacitar sobre lo que estamos haciendo. Actualmente ocurre con las redes sociales y la enorme cantidad de datos que colgamos y regalamos en Internet sin pensárnoslo dos veces. Simplemente, para seguir la moda. "No si hoy en día todo el mundo lo hace y no pasa nada". Frases como esta se escuchan a diario, mayormente en los jóvenes, pero cada vez más en adultos. Y no hacen más que caer en la absurdez del ser humano, todos estos datos quedan recogidos en bases enormes y posteriormente vendidos y analizados para la próxima campaña de Coca-cola o del Mc Donalds.

El derecho a desconectar lo podemos crear nosotros, haciendo un uso responsable de la tecnología y la conexión. Pero, para ello es necesario que seamos conscientes de en que punto nos encontramos y qué podemos hacer nosotros para conseguir ese equilibrio entre las ventajas y las desventajas de internet.

Por último, os invito a leer este otro artículo, que nos enseña la otra cara de la moneda. Existe la vida offline en pleno siglo XXI.

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